Aprovechando el hilo que lanza mariluigan os envío esto. Es cruel la realidad del mundo que nos ha tocado... ¿qué haremos para remediarlo?
Lo pequeño. Lo importante
Sonaba Guantanamera en la vieja radio, el calor insoportable parecía espesar el aire. En el techo un desvencijado ventilador de cuatro aspas acompañaba con su chirriante cadencia las notas que, adormecidas, como todo allí, flotaban hasta mis oídos.
No sabía qué hora podía ser, Guantanamera terminó y dejó paso al Qué será de José Feliciano, todo invitaba a seguir con el pesado letargo. Terminé mi vaso de ron, en España lo tomaría de noche, con hielo y limón, aquí lo tomaba a todas horas y a palo seco. Bueno, al principio lo tomaba con recuerdos, ahora ya lo tomaba solo, sobre todo los días que no funcionaba la radio que seguía deleitándose con José Feliciano igual que mis sentidos lo hacían con el licor, en este momento todo se mecía a ritmo de bolero.
No sé muy bien de dónde surgió una pareja y comenzó a bailar muy lentamente junto a la barra. Muy juntos los cuerpos, como uno sólo, seguían lánguidamente la melodía, El día que me quieras en versión instrumental nos transportó a los tres muy lejos de allí. Ellos se acariciaban mientras yo acariciaba la botella que tenía enfrente.
Inconscientemente volví a llenar mi vaso y bebí para espantar de nuevo mis dolorosos recuerdos, el calor de la tarde y el de la bebida hicieron brotar en mi frente un febril reguero de diminutas gotas que, al resbalar, se me metían en los ojos haciéndome llorar involuntariamente. Eso hubiese asegurado a quien me preguntara en aquel momento, pero nadie me preguntó, nadie me miraba, nadie más que yo apreciaba mi llanto.
Lloré mansamente, sabedor de mi anónima soledad, desahogué una vez más mi alma y las lágrimas empujadas por el alcohol corrían a su albedrío por mi cara y caían sobre la madera áspera de la mesa y desaparecían al momento en ella intentando quizás decirme con esa fugaz presencia la verdadera esencia de las cosas. Mis lágrimas: tan reales, tan dolorosas, tan importantes para mí, me demostraban lo equivocado que estaba al creerme el centro del universo.
Y me asaltó tu convencimiento de que las cosas grandes tienen un origen pequeño, te lo había oído tantas veces… Por fin lo comprendí. Me puse en pie, dejé unas monedas junto a mi vaso vacío y fui en busca de mi destino. En la radio el noticiario daba todos los detalles de tu muerte: “… Mariano Arroyo es el tercer misionero asesinado en lo que va de año…”
Descansa en paz, compañero.