sábado, 25 de abril de 2009

¿liberación? (VACACIONES DE VERANO)



Se siente aliviada, el fuerte dolor, sí, a pesar de todo, este dolor le dice que todo va a terminar de un momento a otro. Empuja con toda su alma para desprenderse de aquella cosa en la que su deseado hijo se ha convertido unos días atrás, ya no hay palmadas en el minúsculo trasero de su bebé, ni llantos, ni miedos de saber mantener erguida la cabeza del pequeño… o pequeña… ya no es nada, hace unos días que no es nada, sólo un ocupa extraño en su vientre abultado, aún así, ahora tiene que hacer ejercicios para alisarlo de nuevo… ¡¡¡Cuánto hubiera deseado continuar siendo gorda!!! Una gorda, si, pero madre, claro… me duele, cielo, pero, tu tranquilo, estoy bien, descansa… yo estoy bien. Le dice a su marido que aparenta tranquilidad cuando en su rostro se rebela toda la impotencia y el desanimo, sabe que, a pesar de su empeño en acompañarla toda la noche, se marchará a casa, él tiene que llorar y no lo hará en su presencia. Cierra los ojos y se deja llevar a la tranquilidad de saber que ya no es ocupada interiormente por un ser muerto, siempre ha sentido miedo a los muertos, incluso a su, deseado bebé, siempre tubo la sensación de que un cuerpo muerto es un dolor continuo si te toca, más al tenerlo dentro de su vientre, se sentía relajada, a la vez que una brisilla de sentimiento de “culpabilidad” salta a su cabeza… tal vez no soy idónea para ello. El se ha marchado y se siente liberada para abandonarse al dolor, agradece, sutilmente, a Dios no tener que soportar la impotencia de su marido, de ese hombre que… tal como ella, pero sin engordar, y sin tener que soportar el cuerpo muerto dentro de su cuerpo, soportaba el mismo dolor dentro de su alma, él… le hubiera enseñado tantas cosas… no duerme, pero se siente descansada, hubiera querido volver a casa ya, o… quizá no… volver a la realidad cruda de los conocidos, de aquellos que le preguntarían continuamente ¿Cómo estás? No, no es eso lo que quiere, el lunes, como siempre, es el día duro, mejor así. Pasa el segundo día soportando los besos y las caricias de él… no sabe si son para ella, o si la está dando todo lo que le daría al pequeño, lo mira, lo observa, está sonriéndola, su sonrisa triste la consuela, se vuelca sobre él y nota que tiene prisa, no sabe por que, no le pregunta nada, no sabe que decirle, ni él, él tampoco la habla… ella piensa, pero no quiere volver a la duda, se acurruca y cierra los ojos dejándose de todo, casi no siente el roce de las manos de su marido… estoy bien, cielo, estoy bien, te lo prometo… tu deberías descansar, ve a casa. Sabe que el empeño que el pone para acompañarla de nuevo esta noche, es, como la noche pasada, y como será mañana cuando cierre los ojos, intentar tranquilizarla, pero la da igual, el ser ya desapareció de su interior, ahora solo quiere olvidarlo, el dolor es fuerte, diferente, pero liberador. Tal vez un día, dentro de…….., cuando mi cuerpo vuelva a confiar en mí, lo vuelva a intentar.

PARTO CON DOLOR. (Cuento)

















Inspirado en el cuento "Vacaciones de verano" del libro "El Mejor de los Mundos" de Quim Monzó.
Intentando hacerlo como narrador objetivo.
"El camillero la llevó hasta la habitación donde el marido esperaba desde hacía poco más de media hora. Diez minutos antes había llegado el doctor para informarle que todo había salido bien, que como ya sabían el feto estaba muerto, y que ella se estaba recuperando porque no la habían podido poner anestesia epidural por las circunstancias del parto. El marido comentó que de poco habría servido esa anestesia para paliar a su mujer el dolor de un parto para el que no les habían entrenado en la Maternidad.
Aunque sabía que no se podía hacer, abrió la ventana y encendió un cigarrillo. Lo apagó precipitadamente cuando la vio aparecer por la puerta, tendida en la camilla, con los ojos cerrados pero respirando pausadamente. Cuando él preguntó al camillero ¿Cómo está?, ella los abrió y le sonrió sin fuerzas mientras se le inundaban de lágrimas que ahogó entre sus párpados, sin duda para que él no sufriera. El se acercó para besarla en la frente pero no dijo nada. Sin duda desconocía si había palabras inventadas para paliar estos desconocidos sentimientos que se le ahogaban en el pecho.
Ella tampoco las debía conocer porque tampoco dijo palabra alguna. Sólo, al cabo de un buen rato, se atrevió a bajar su mano para palparse el vientre vacío e inerte que contrastaba con sus pechos que parecían que se estaban hinchando por momentos, ignorantes de que todo ya era inútil. La enfermera la había dicho que esa noche la pondría una inyección para retirar la leche y que posiblemente tendrían que vendarle el pecho; de nuevo volvieron las lágrimas a sus ojos, pero esta vez no la importó que él la viese porque también lloraba a escondidas.
Poco después él dijo que iba a la sala de espera a fumar un cigarro y cuando estaba sola se atrevió a levantar la sábana para ver su vientre hundido y yermo y advirtió que también podía ver las piernas que durante los últimos meses se habían ocultado tras su disparatada barriga.
Cuando entró el doctor para hacer la visita de reconocimiento, ella preguntó cómo era su bebé. No tienes que preocuparte de nada, dijo él, ya he hablado con tu marido y él se encargará de todo, acaba de salir para solucionar el papeleo burocrático; tú sólo debes descansar y recuperarte, porque los dos sois muy jóvenes todavía...
Su marido tardó más de dos horas en volver; venía abatido y comentó que hacía un calor espeso y agobiante. También dijo que ella sólo debía descansar y no preocuparse de nada y que se durmiese tranquila porque él se quedaría toda la noche a su lado.
Cerró los ojos simulando que dormía. Sería a eso de la media noche cuando él se levantó sigilosamente, y salió de la habitación procurando que no sonase la puerta, para que ella no se despertase. Perdió la noción del tiempo y debió dormirse porque cuando él volvió con las primeras luces del sábado a punto de llegar a los cristales de su ventana, abrió los ojos y él volvió a repetir lo de "tú sigue durmiendo y no te preocupes de nada".
Fue después de comer cuando se atrevió a preguntarle: Era un niño, ¿No? Sí era un muchacho, pero no pienses más en ello, contestó él mientras cogía su mano.
Entonces la dijo que el médico le había informado que como era sábado no podían darla el alta hasta el lunes y que tendría que dormir allí dos noches más. Cuando lleguemos a casa estaremos mejor, ya verás, todo volverá a ser como antes, mintió él con poca convicción.
No llegó ninguna visita y pasaron toda la tarde cogidos de la mano. Yo sé la ilusión que te hacía tener un muchacho; el no contestó y ella continuó: recuerdo que me decías que ibas a enseñarle todo: tus juegos de niño, tu barrio, la calle donde vivías con tus padres... un día de estos tienes que llevarme a mí, terminó ella, y él con el pretexto de fumarse un cigarro, salió a la sala de espera".

viernes, 17 de abril de 2009

Aquí está el cambio, espero criticas, para poder ir mejorando.

GRACIAS NANO_3ª PERSONA

El sonido de unas campanas retumbaron en su mente, y se paró a contarlas, 6 o 7 dependiendo del sexo de la persona fallecida, según las costumbres del pueblo. David estaba sentado frente a su maquina de escribir, intentaba terminar un informe sobre su último trabajo de investigación, precisamente estaba dedicado a las costumbres del pueblo en el que había nacido, aquel sonido de campanas siempre le había despertado curiosidad, desde muy pequeño, cuando las escuchaba, como atraído por un imán salía a la calle para enterarse de quien era el nuevo inquilino de la otra vida.
Ese día le sonaron especialmente tristes, además no eran ni 6 ni siete campanadas, eran más y más menudas, por lo que dedujo que se trataba de un niño, recordaba que cuando era pequeño, su abuela se lo había contado, le hablaba de que cada toque de campanas significaba cosas diferentes.
Se calzó y cogió el abrigo, dispuesto a observar todo el rito mortuorio de aquel día, le vendría muy bien para su trabajo, salió a la calle y encogió los hombros, era diciembre y el frío de aquella mañana era cortante, se paró en la acera y recorrió la calle con la mirada intentando descubrir por donde tendría que caminar para encontrarse con el triste evento, decidió caminar hasta la plaza, allí habría gente y podría preguntar. Mientras sus pies iban uno detrás de otro en su mente se escenificaba el drama.
Llegó a la plaza, en un banco de madera al sol, un anciano fumaba un cigarrillo cabizbajo, entre sus manos, temblorosas, movía continuamente algo que, a David, se le antojó sería una foto, quizá de aquel niño que acababa de morir. En vez de acercarse y preguntar, decidió verlo todo desde fuera. El anciano se levantó despacio, apoyándose en una bastón de madera vieja, intentó erguirse sin conseguirlo, su espalda denotaba muchos años de trabajo por lo encorvada que se le veía, sacó un moquero grande de tela blanca y se lo pasó por los ojos con tal fuerza que parecía querer borrarse la mirada, después se sonó estruendosamente la nariz y lo apretó con el puño metiéndolo en el bolsillo de bordes raídos de su pantalón de pana.
David lo siguió con la mirada, su forma de caminar, lenta, renqueante, no parecían deberse solamente a los años vividos, parecía que algo más le pesaba, que algo le empujaba a encorvarse más y a caminar mucho mas lentamente, la pena, la pena de la perdida de su nieto, se dijo David, eso es lo que le pesa a este pobre anciano. Decidió seguirlo, el le llevaría hasta la casa donde se habría producido tan cruel pérdida. A pesar de que había decidido tomarlo como un simple trabajo de investigación, no pudo evitar sentir como la tristeza le iba invadiendo el corazón.
Se paró en la acera de enfrente de la casa, una reja daba paso a un pequeño patio lleno de geranios en macetas de barro viejo, algunas estaban pintadas con motivos florales, unas baldosas semilevantadas llevaban hasta la puerta que se encontraba abierta, dentro se adivinaba el ir y venir de varías mujeres, todas vestidas de luto, de vez en cuando se escuchaban llantos que parecían venir de una de las ventanas laterales. David fue rodeando la casa hasta encontrar la ventana de donde partían los sollozos dolorosos de una mujer acompañados de llantos más bajitos, el corazón se le encogió, se acercó hasta la ventana y tras los visillos desgastados adivinó la figura de una mujer sentada con lo que parecía ser un bebé entre sus brazos, ella iba y venía como meciéndolo mientras no dejaba de llorar desesperadamente.

La frenada de un coche tras el lo hizo volver la vista, era la funeraria, de el bajaron dos hombres vestidos con mono gris, una mujer que estaba asomada a la puerta se dio la vuelta y llamó a alguien, en unos segundos apareció en la puerta un hombre, joven, con los ojos hinchados y el pelo revuelto, se le veía nervioso, sus ojos parecían asustados. Los hombres de la funeraria abrieron el portón del furgón y bajaron un féretro pequeñito, color marfil, con una cruz dorada en la tapa, otra cruz en un pedestal, grande, muy grande, dos velones con sus dos columnas, una corona de flores blancas con una banda morada en la que se leía TUS PADRES Y HERMANA NO TE OLVIDAN, que colocaron en un caballete en la puerta, imaginó que la dejarían allí mientras preparaban al niño, mientras continuaba llegando gente y con cada entrada se escuchaba un gemido lastimoso, un grito de dolor, y más llantos.
Volvió a la ventana, contempló como los hombres de la funeraria cogían de entre los brazos de aquella madre al pequeño, lo ponían encima de una mesa donde habían colocado un minúsculo sudario, vio como le colocaban las manitas una encima de la otra sobre el pecho, le pareció un muñeco, en ese momento una lágrima comenzó a recorrerle la mejilla, se sentó sobre la acera para dejarse arrastrar por la pena, durante unos minutos se sintió involucrado en aquel drama, pero sacudió la cabeza levantándose para continuar contemplando aquel rito de la muerte.
Cuando volvió a mirar, el niño, ya había sido acostado en esa cajita, su madre estaba agachada sobre ella, se escuchaban sus besos sobre el cadáver del pequeño, sus manos lo acariciaban… con tanto amor... El hombre que salió a recibir a los de la funeraria se le acercó y la cogió de los hombros intentando separarla suavemente, la acariciaba el pelo mientras la abrazaba llorando, intentaba ser fuerte, pero sus gemidos también se escapaban, una niña, como de unos 9 años se acercó a ellos, se quedó mirándolos unos segundos, y, sin mediar palabra, se agarró a sus cinturas, los tres lloraban desconsoladamente frente al féretro.
Por la calle se escuchaba el tintinear de una campanilla y una especie de rezos que se acercaban, miró y vio que el cura y dos monaguillos llegaban a la casa, los hombres de la funeraria se iban en ese momento, vio como llevaban lágrimas en los ojos, y pensó... a pesar de ser un trabajo, aún les duelen estas cosas,.
El cura entró en la casa y, una vez más, los llantos se hicieron sentir en toda la calle, contempló como recitaba una serie de oraciones sobre el ataúd, y como lo regaba con el hisopo, los dos monaguillos miraban con los ojos desorbitados, llenos de lágrimas, uno de ellos mantenía en la mano el cubito donde el cura mojaba el hisopo, el otro sostenía con las dos manos una cruz.
El anciano, que había encontrado en la plaza, ahora estaba sentado en la puerta, otra vez, entre sus manos, la foto que acariciaba y besaba, alguna lágrima caía sobre ella y el rápidamente la limpiaba con la manga de la chaqueta de lana, otra vez se la llevaba a los labios y volvía a besarla, después se la colocaba en el pecho como abrazándola, miraba al cielo con gesto acusador, fruncía el ceño y levantaba el puño como enojado con Dios, a veces se le escuchaba decir.- A MI, DIOS MIO, HABERME LLEVADO A MI.
Comenzaron a salir de la casa, primero las mujeres, totalmente enlutadas, se fueron colocando a ambos lados de la puerta, después los hombres que se quedaron en la acera, detrás el cura y los monaguillos que se colocaron enfrente, en seguida apareció la cajita, color marfil, portada por dos niños y dos niñas vestidos de blanco, una de las niñas era la que se había abrazado a los padres, por lo que David dedujo que sería la hermana del pequeño cadáver, los cuatro niños, con las cabezas agachadas, caminaban despacio, detrás… aquella pareja destrozada de dolor, abrazados, él, parecía querer sujetar a la mujer, pero en realidad se apoyaba en ella. El cura levantó la mano, mientras rezaba, hacía en el aire la señal de la cruz, luego se dio la vuelta y el cortejo fúnebre partió calle abajo, hasta la iglesia.
El anciano, caminaba detrás de todos, parecía que no iba a poder llegar hasta el fin de aquella calle que conducía hasta la iglesia, ya en ella, entraron todos y se ofició un funeral especial, en el, un coro de niños cantaban himnos de gratitud, la música era más alegre que en los funerales para adultos, en los bancos de la derecha se sentaban los hombres, hoy, todos dentro del templo, en otros funerales se quedaban en la puerta, esperando, las mujeres a la izquierda, todas con sus velos negros, abatidas, algunas con sus hijos sentados sobre las piernas, acariciándolos mientras contestaban a los rezos y lloraban calladamente, compartían el dolor de aquella madre.
David, cada vez se sentía más parte de aquel dolor, se sentó en el último banco, al lado del anciano, este no rezaba, simplemente estaba ahí, estático, con los ojos clavados en el crucifijo que presidía el altar mayor, su mirada lo decía todo.
Cuando acabó la misa, todos, puestos en píe, vieron pasar el cortejo que llevaría al pequeño hasta el cementerio, que estaba en la trasera de la iglesia. Los padres parecían derrumbarse a cada paso, los niños portadores ahora lloraban abiertamente.
Llegaron al píe de una tumba, allí, dos hombres con monos azules esperaban, colocaron una soga alrededor del pequeño féretro y comenzaron a bajarlo mientras el cura rezaba. Los padres se fundían en un abrazo estallando en sollozos, varias personas les intentaban tranquilizar dándoles palmaditas en la espalda, los niños se alejaron unos metros y lloraban sentados sobre el suelo, la niña que debía ser su hermana. se acercó con un payasito de trapo y un cuaderno entre las manos, se puso al borde de aquel agujero y soltó el payasito mientras decía.-Nano toma, sin el no podrás dormir, luego abrió el cuaderno y arrancó una hoja.- cuando estés en el cielo, dile a Dios que no se olvide de mí, que quiero seguir jugando contigo, ¿vale Nano? Dale esta carta que la he escrito para el. La dobló cuidadosamente y la dejó caer, mientras el papel planeaban bajando hasta posarse en la cajita los ojos de la niña no dejaban de mirarlo, una vez que se hubo posado se dio la vuelta y se agarró a la mano de su madre diciéndola.- Mamá, yo se que Nano hablará con Dios y lo dejará volver, ya lo verás, ya lo verás... La mujer se agachó para abrazarla fuertemente mientras el padre la acariciaba el pelo sin poder evitar que sus lágrimas cayeran sobre aquella cabecita rubia.
Todos comenzaron a salir del cementerio, David los siguió con la mirada, parecían almas en pena, a veces, volvían la cabeza, luego desaparecían tras el muro al traspasar la puerta. Cuando hubieron salido todos, se sentó sobre una lápida y comenzó a llorar, se sentía mal, sentía todo el dolor de aquella gente, se cogió la cabeza entre las manos. De pronto, notó una mano sobre su hombro, sobresaltado levantó la mirada, el anciano le miraba con ternura, y acercándole la foto le habló.- era mi nieto, le dijo, el NANO, mi pequeña alegría, yo no dejo de preguntarle a Dios, pero el no responde. En ese momento el viejo se derrumbó a los pies de David, este se agachó y lo atrajo hasta si abrazándolo.

Así estuvieron durante mucho tiempo, llorando abrazados, el anciano, en el que nadie había reparado, estaba allí, con David, un extraño. Luego se encaminaron juntos hasta la plaza del pueblo, sin hablar,
David se marchó calle arriba hasta casa y el anciano se quedó sentado en el banco mirando al cielo airado, llorando y besando aquella foto.
Abrió la puerta de su casa sin poder contener las lágrimas, se quitó el abrigo, lo colgó en el perchero y lanzó los zapatos contra la pared del pasillo, metió los píes con fuerza en las zapatillas y se encaminó hasta el comedor, donde, encima de una mesita, estaba la maquina de escribir, se sentó frente a ella y sacó del bolsillo las notas que había tomado, las colocó a la derecha y puso sus manos sobre las teclas....
De pronto, como si todo el peso del mundo le hubiera caído sobre la cabeza, se dejó caer de bruces sobre el teclado, llorando espasmódicamente, una de sus manos recogió arrugando las hojas de papel, las apretó con todas sus fuerzas, se las llevó hasta el pecho y después las arrojó a la papelera.
Metió un folio en el carro de la maquina y escribió.... FIN... lo sacó y lo colocó al final de su trabajo...
En su mente, un pensamiento, NANO HABLA CON DIOS Y DALE LAS GRACIAS POR QUE TU ME HAS HECHO HUMANO.
David dejó de escribir sobre costumbres, hoy se dedica a los cuentos para niños.

GRACIAS NANO_1º PERSONA

El sonido triste de las campanas rompió mi sueño, me puse alerta, eran campanadas de difunto, conté… una, dos, tres… parecían interminables lamentos, eran demasiadas, no coincidían con un hombre o una mujer, según la costumbre del pueblo; me entristecí aún más, aquellas campanadas no coincidentes con lo típico me venían a decir que quien había abandonado esta vida era un ser pequeño, un niño, y, quizá desde mi instinto de padre, sentí dolor.
Hacía más de diez años que me marché de el pueblo y, mira por donde, vuelvo justo en este momento, y para terminar este puto trabajo en el que me empeñé, “costumbres mortuorias de mi pueblo natal” ¡¡¡mierda!!! ¿por qué me tiene que tocar este caso también, me hubiera conformado con lo normal, viejitos y viejitas que han cubierto su cupo existencial, pero no, también esto, aunque, es posible que le dé mucha más profundidad a mi estudio. En fin… saldré a tomar unas notas, es mi trabajo, recuérdalo David, es tu trabajo…
Así comencé aquel día, aquel doloroso día
El viento invernal me hizo encogerme dentro de mi abrigo, busqué con la mirada a un lado y a otro, no sabía por donde ir hasta el sitio donde se estaba produciendo ese terrible drama, decidí que lo mejor sería acercarme hasta la plaza, allí siempre había alguien y, seguro, que sabrían dirigirme.
Cuando vi a aquel anciano, sentado al mediosol de diciembre, cabizbajo, removiendo temblorosamente una foto entre sus manos, comprendí que sería, quizá, el abuelo de la criatura muerta, mis pies no querían llevarme hasta él, quizá era miedo, en ese momento pensé que era, simplemente, una forma de estudio, me quedé observándolo desde lejos, vi como obligaba a sus piernas a levantarse, encorvado, cargando, además de sus muchos años de trabajo en sus huesos, todo el peso de una dura y dolorosa pena; caminaba lento, de vez en cuando sacaba del bolsillo de su pantalón de pana, raída por el paso de los años, un gran moquero blanco que frotaba contra su nariz como si eso le fuera a borrar la pena del rostro, luego apretaba el puño y lo volvía al bolsillo.
Le seguí a distancia, pensando que, en realidad, este sería un gran trabajo de investigación, incluso me sentía orgulloso, no todos los escritores de investigaciones tenían la suerte de ver en directo un caso así, de esta manera intentaba obviar lo que estaba comenzando a sentir, me dolía algo que no alcanzaba a entender, hoy, diría que era el alma.
El anciano se paró frente a la reja, repleta de geranios, de una casa blanca, encalada a la perfección, un pequeño patio, con un caminito de piedras, conducía hasta la puerta, abierta, la semioscuridad interior dejaba, de vez en cuando, ver el ir y venir de mujeres, vestían de luto. Se escuchaban llantos resignados, mi dolor comenzaba a subir de intensidad, el abuelo se sentó en el poyo, al lado de la puerta, las mujeres salían y entraban como las hormigas de un hormiguero, creo que no miraban a ningún sitio y que se movían por inercia. Cuando escuché aquel gemido, aquel grito de dolor de aquella mujer, me acerqué a la ventana, miré, con el sentimiento de estar violando la intimidad de su dolor, y la vi, sentada, con un bebé entre sus brazos, meciéndolo, acunándolo mientras, entre sollozos le canturreaba una, triste, nana.
Sin poderlo remediar, mis ojos comenzaron a derramarse, el dolor de aquella escena me estaba haciendo sentir tantas cosas… me asusté al escuchar la frenada de un coche detrás mío.
Aquel furgón se me hizo mucho más tétrico que de costumbre, los dos hombres, de mono gris, bajaron y se encaminaron a la puerta, una mujer de las que iban y venían corrió al interior, se la escuchaba decir, como en un susurro, “ya están aquí”. Un hombre joven, con el pelo revuelto, los ojos hinchados y, tan encorvado como el abuelo, salió a la puerta, uno de los hombres abrió el portón del furgón y sacó un pequeño féretro color marfil, el otro sacó una corona de flores blancas con un lazo gigantesco en el que se leía TUS PADRES Y HERMANA NO TE OLVIDAN. Con cada uno de los pasos de los hombres de gris, el anciano levantaba la mirada al cielo y volvía a su eterno acariciar la fotografía, el joven de los ojos hinchados, ahora no podía dejar de llorar, se apoyaba contra el quicio de la puerta y golpeaba con el puño la pared.
Volvía a la ventana, allí, unas mujeres vestían al bebé con un sayito tan blanco que parecía un pequeño copo de nieve, sobre el comodín de caoba, parecía un pequeño niño Jesús, de esos que, recordaba, había en la alcoba de mis padre. Mi mente empezó a quejarse, me decía a mi mismo que aquello no estaba bien, que no lo podía utilizar, así que, en el momento en que los hombres colocaban el pequeño cuerpo dentro de aquel ataúd, me derrumbé sobre la acera, solo el llanto desgarrado de la madre, al retirarla de la caja para cerrarla, me hizo volver a la realidad, vi como el hombre joven la cogía de los hombros y la abrazaba, ahora, los dos gemían desconsolados, mis ojos estaban repletos pero no podía dejar de mirar la escena, mi corazón dio un vuelco cuando, una niña, de unos nueve años, se acercó a ellos, les miró y se abrazó a ellos, sus lágrimas eran más dolorosas aún.
Un rumor se levantó, sonaba, al fondo de la calle, una campanilla y unos rezos, llegaban el cura y dos monaguillos, los hombres de la funeraria ya se marchaban, vi como también lloraban al subirse al furgón, a pesar de todo, para ellos también era algo triste, el anciano levantó la mirada hacia el cura y… sin poder contenerse, sacó el puño y golpeó el aire, sus lagrimas mojaron la foto y, como si se tratara de una herida en el papel, sacó su pañuelo y la secó suavemente, luego volvió a besar la foto y su mirada volvió entre sus manos.
Al poco, fueron saliendo mujeres de la casa, todas lloraban, yo… no podía respirar, el pecho me dolía oprimiéndome los pulmones; se colocaron a ambos lados del corto caminito que daba a la calle y el cura y los monaguillos se colocaron frente a la puerta, de la semioscuridad salía el reflejo brillante de la cajita, portada por dos niños y dos niñas vestidos de blanco, una de las niñas era la que había abrazado a los padres, o sea, la hermanita del pequeño cadáver, este pensamiento me dolió, sacudí la cabeza para evitar el volver a derrumbarme, después de hacerle la señal de la cruz sobre la caja, el cura y todo el cortejo partieron calle abajo, el abuelo se levantó, obligándose, parecía que iba a caer en mitad de la calle, no se unió al grupo de gente, se quedó rezagado, caminaba despacio, como no queriendo llegar nunca al destino de aquel viaje, ya en la iglesia, los hombres, acostumbrados, en otros entierros, a permanecer en la puerta, ocuparon toda la parte derecha de la pequeña iglesia, las mujeres al izquierda, con sus velos negros, un coro de niños cantaban un réquiem, que a pesar de sus voces angelicales, a mi se me hizo el réquiem más triste escuchado jamás.
El cementerio se hallaba justo detrás de la iglesia, diez pasos, los diez pasos mas dolorosos de mi vida, los niños portadores del féretro lloraban abiertamente, la madre parecía derrumbarse en cada paso, el padre la abrazaba y lloraba y… el abuelo, ralentizaba sus pasos cada vez más.
Al pie de la tumba, dos hombres vestidos de mono azul, esperaban cabizbajos, sin mediar palabra, rodearon el pequeño féretro con una soga y, mientras el curo rezaba un último responso, fueron bajándolo hasta el fondo de aquel oscuro agujero, miré al cielo, la niña se acercó, llevaba un payasito de trapo y un cuaderno en las manos, se puso al borde de la tumba y soltó el payasito mientras decía “Toma Nano, sin el no podrás dormir”, luego arrancó una hoja del cuaderno “Nano, cuando estés en el cielo, dale a Dios esta carta, y dile que no se olvide de mi, que quiero seguir jugando contigo ¿vale Nano?”, dobló la hoja y la dejó caer, una vez que quedó sobre el féretro, la niña se dio la vuelta y cogió a su madre de la mano, la miró a los ojos y la dijo “Mamá, yo se que Nano hablará con Dios y lo dejará volver, ya lo verás, ya lo verás..”.
Me sentí hundido, la gente comenzó a abandonar el cementerio, los jóvenes padres y la niña, abrazados por un grupo de mujeres, salían mientras de vez en cuando, volvían su mirada hacia la tumba, se senté en una tumba y comencé a llorar, de pronto sentí como una mano cálida se posaba en mi hombro, levanté la mirada, el anciano me miraba con ternura, me acercó la foto que llevaba entre las manos mientras me decía era mi nieto, el NANO, mi pequeña alegría, yo no dejo de preguntarle a Dios, pero el no responde. el anciano se derrumbó a mis pies, lo abracé, después caminamos hasta la plaza sin hablar, el silencio nos unía, yo, un desconocido, había sido el único al que aquel anciano había regalado parte de su dolor, le dejé sentado en el mismo banco donde lo encontré hacía unas horas, comencé a caminar y volví la cabeza para contemplar como aquel continuaba besando la foto, llorando y mirando airado a aquel cielo gris.
Cuando llegué a casa, tras cerrar la puerta, el mundo se me vino encima, todo el dolor se me hizo gigantesco y…, rompí el libreto de notas y decidí acabar con la investigación… (“costumbres mortuorias de mi pueblo natal” FIN) He decidido escribir cuentos para niños, se que lo haré bien, Nano, gracias, tu me has enseñado a ser humano.

domingo, 12 de abril de 2009

VI SESIÓN.- LOS DISTINTOS NARRADORES


El narrador es, probablemente, la herramienta fundamental que tiene un escritor. Por ello mismo merece la pena detenerse un poco antes de escribir y pensar cuáles son las ventajas e inconvenientes que supone la elección de uno u otro respecto a nuestra historia. Un buen consejo siempre a la hora de escribir es que elijas hacerlo de la forma que te resulte más cómoda. Pero, a veces, hay que sacrificar esa comodidad, al menos al principio, en favor de un narrador que nos resulte más útil para desarrollar nuestra historia, de hecho, la propia historia es la que debería pedirte un narrador u otro.

A grades rasgos, se considera que según la voz hay narradores en 1ª, 2ª y 3ª persona. Los narradores en primera personas son los habituales en las biografías y, en general, en aquellas historias donde es el protagonista el que narra los hechos. Tienen la ventaja de que la primera persona suele conllevar lo que yo llamo el efecto "confesionario", es decir, que cuando leemos algo narrado por el propio protagonista prestamos mayor atención. No es lo mismo comenzar una conversación con un "no sabes lo que le sucedió a un primo mío ayer" que un "no sabes lo que me sucedió a mí ayer". Se produce con la primera persona una conexión inmediata, una intimidad, entre el narrador y el lector. El inconveniente de este narrador es que nos suele filtrar toda la información valorándola desde su punto de vista. Hay que saber manejar esto para que el narrador no se "coma" a la propia historia, no se superponga a ella.

El narrador en segunda persona, menos habitual, pero posible, permite un distanciamiento muy acusado entre narrador y personajes que resulta interesante manejar. Así el narrador puede estar pegado a sus personajes o separados de ellos a su antojo.

El narrador en tercera persona, en principio también permite ese distanciamiento entre narrador y personajes del que hablábamos antes.

Bien, estos son los narradores según la voz. Según el punto de vista adoptado podemos encontrar dos grandes clasificaciones:

1.- El narrador interno: (participa en la propia historia). Este se divide en:

Narrador protagonista: Es decir, el protagonista de los hechos es quien los narra.

Narrador personaje secundario: El narrador participa en los hechos narrados con mayor o menor protagonismos. Esto es lo que sucede en las novelas del detective Sherlokc Holmes, pues quien narra la historia no es otro que el Doctor Watson.

Muy parecido a este último podemos encontrar al narrador testigo quien puede haber participado escasamente en los hechos y haberlos recompuestos para narrarlos a través de confesiones, entrevistas, etc. Se suele poner como ejemplo de narrador testigo a Nick Carraway, el personaje que cuenta los hechos en la novela El Gran Gasby de Scott Fitzgerald. El narrador testigo permite un distanciamiento sobre los personajes que facilita la interpretación de la historia por parte del propio lector.

2.- El narrador externo: (no tiene ninguna participación en los hechos narrados). A su vez este tipo de narradores se dividen en:

Narrador omnisciente: Muy útil puesto que es el narrador que lo sabe todo de sus personajes, sabe sus pensamientos, su pasado, lo que les sucederá en el futuro. Es un narrador muy útil porque a través de ese conocimientos profundo que tiene sobre cada acto o decisión que toman sus personajes puede justificarlos para el lector, ayudándonos a crear personajes redondos y a la credibilidad de los mismos. A su vez, el problema es que es un narrador que lo manipula y filtra todo lo que puede perjudicar a la historia, pues no deja margen al lector para que sea él mismo el que se implique y haga el esfuerzo de comprender a los personajes. Este narrador es el utilizado por lo autores del Realismo y el Naturalismo, donde el tratamiento de la psicología de los personajes era fundamental en el desarrollo de la propia historia.

Narrador objetivo: La forma más habitual de explicar en qué consiste este narrador es utilizando la metáfora de la cámara de cine. Es decir, es un narrador que sólo cuenta lo que ve, no puede saber nada de la psicología de sus personajes, ni de su pasado o su futuro. Este narrador es el típico de la novela negra. Es lógico ya que si el narrador estuviera metido en la cabeza de cada personaje sabríamos en seguida quién miente sobre lo que hizo "la noche de los hechos". Es decisivo que en la novela negra el lector tenga el suficiente margen de maniobra para poder sacar él sus propias conclusiones sobre quién es el asesino. Esta es la gran ventaja de este narrador. Sin embargo, también conlleva sus dificultades, pues mostrar que uno de nuestros personajes está mintiendo mientras contesta a una pregunta sin que el narrador nos lo diga exige habilidad para manejar los detalles que rodean a nuestros personajes.

La tarea para la próxima sesión del 17 de abril será que seleccionéis uno de vuestros cuentos ya escritor e intentéis volver a contarnos esa historia eligiendo un narrador totalmente distinto.