viernes, 17 de abril de 2009

GRACIAS NANO_3ª PERSONA

El sonido de unas campanas retumbaron en su mente, y se paró a contarlas, 6 o 7 dependiendo del sexo de la persona fallecida, según las costumbres del pueblo. David estaba sentado frente a su maquina de escribir, intentaba terminar un informe sobre su último trabajo de investigación, precisamente estaba dedicado a las costumbres del pueblo en el que había nacido, aquel sonido de campanas siempre le había despertado curiosidad, desde muy pequeño, cuando las escuchaba, como atraído por un imán salía a la calle para enterarse de quien era el nuevo inquilino de la otra vida.
Ese día le sonaron especialmente tristes, además no eran ni 6 ni siete campanadas, eran más y más menudas, por lo que dedujo que se trataba de un niño, recordaba que cuando era pequeño, su abuela se lo había contado, le hablaba de que cada toque de campanas significaba cosas diferentes.
Se calzó y cogió el abrigo, dispuesto a observar todo el rito mortuorio de aquel día, le vendría muy bien para su trabajo, salió a la calle y encogió los hombros, era diciembre y el frío de aquella mañana era cortante, se paró en la acera y recorrió la calle con la mirada intentando descubrir por donde tendría que caminar para encontrarse con el triste evento, decidió caminar hasta la plaza, allí habría gente y podría preguntar. Mientras sus pies iban uno detrás de otro en su mente se escenificaba el drama.
Llegó a la plaza, en un banco de madera al sol, un anciano fumaba un cigarrillo cabizbajo, entre sus manos, temblorosas, movía continuamente algo que, a David, se le antojó sería una foto, quizá de aquel niño que acababa de morir. En vez de acercarse y preguntar, decidió verlo todo desde fuera. El anciano se levantó despacio, apoyándose en una bastón de madera vieja, intentó erguirse sin conseguirlo, su espalda denotaba muchos años de trabajo por lo encorvada que se le veía, sacó un moquero grande de tela blanca y se lo pasó por los ojos con tal fuerza que parecía querer borrarse la mirada, después se sonó estruendosamente la nariz y lo apretó con el puño metiéndolo en el bolsillo de bordes raídos de su pantalón de pana.
David lo siguió con la mirada, su forma de caminar, lenta, renqueante, no parecían deberse solamente a los años vividos, parecía que algo más le pesaba, que algo le empujaba a encorvarse más y a caminar mucho mas lentamente, la pena, la pena de la perdida de su nieto, se dijo David, eso es lo que le pesa a este pobre anciano. Decidió seguirlo, el le llevaría hasta la casa donde se habría producido tan cruel pérdida. A pesar de que había decidido tomarlo como un simple trabajo de investigación, no pudo evitar sentir como la tristeza le iba invadiendo el corazón.
Se paró en la acera de enfrente de la casa, una reja daba paso a un pequeño patio lleno de geranios en macetas de barro viejo, algunas estaban pintadas con motivos florales, unas baldosas semilevantadas llevaban hasta la puerta que se encontraba abierta, dentro se adivinaba el ir y venir de varías mujeres, todas vestidas de luto, de vez en cuando se escuchaban llantos que parecían venir de una de las ventanas laterales. David fue rodeando la casa hasta encontrar la ventana de donde partían los sollozos dolorosos de una mujer acompañados de llantos más bajitos, el corazón se le encogió, se acercó hasta la ventana y tras los visillos desgastados adivinó la figura de una mujer sentada con lo que parecía ser un bebé entre sus brazos, ella iba y venía como meciéndolo mientras no dejaba de llorar desesperadamente.

La frenada de un coche tras el lo hizo volver la vista, era la funeraria, de el bajaron dos hombres vestidos con mono gris, una mujer que estaba asomada a la puerta se dio la vuelta y llamó a alguien, en unos segundos apareció en la puerta un hombre, joven, con los ojos hinchados y el pelo revuelto, se le veía nervioso, sus ojos parecían asustados. Los hombres de la funeraria abrieron el portón del furgón y bajaron un féretro pequeñito, color marfil, con una cruz dorada en la tapa, otra cruz en un pedestal, grande, muy grande, dos velones con sus dos columnas, una corona de flores blancas con una banda morada en la que se leía TUS PADRES Y HERMANA NO TE OLVIDAN, que colocaron en un caballete en la puerta, imaginó que la dejarían allí mientras preparaban al niño, mientras continuaba llegando gente y con cada entrada se escuchaba un gemido lastimoso, un grito de dolor, y más llantos.
Volvió a la ventana, contempló como los hombres de la funeraria cogían de entre los brazos de aquella madre al pequeño, lo ponían encima de una mesa donde habían colocado un minúsculo sudario, vio como le colocaban las manitas una encima de la otra sobre el pecho, le pareció un muñeco, en ese momento una lágrima comenzó a recorrerle la mejilla, se sentó sobre la acera para dejarse arrastrar por la pena, durante unos minutos se sintió involucrado en aquel drama, pero sacudió la cabeza levantándose para continuar contemplando aquel rito de la muerte.
Cuando volvió a mirar, el niño, ya había sido acostado en esa cajita, su madre estaba agachada sobre ella, se escuchaban sus besos sobre el cadáver del pequeño, sus manos lo acariciaban… con tanto amor... El hombre que salió a recibir a los de la funeraria se le acercó y la cogió de los hombros intentando separarla suavemente, la acariciaba el pelo mientras la abrazaba llorando, intentaba ser fuerte, pero sus gemidos también se escapaban, una niña, como de unos 9 años se acercó a ellos, se quedó mirándolos unos segundos, y, sin mediar palabra, se agarró a sus cinturas, los tres lloraban desconsoladamente frente al féretro.
Por la calle se escuchaba el tintinear de una campanilla y una especie de rezos que se acercaban, miró y vio que el cura y dos monaguillos llegaban a la casa, los hombres de la funeraria se iban en ese momento, vio como llevaban lágrimas en los ojos, y pensó... a pesar de ser un trabajo, aún les duelen estas cosas,.
El cura entró en la casa y, una vez más, los llantos se hicieron sentir en toda la calle, contempló como recitaba una serie de oraciones sobre el ataúd, y como lo regaba con el hisopo, los dos monaguillos miraban con los ojos desorbitados, llenos de lágrimas, uno de ellos mantenía en la mano el cubito donde el cura mojaba el hisopo, el otro sostenía con las dos manos una cruz.
El anciano, que había encontrado en la plaza, ahora estaba sentado en la puerta, otra vez, entre sus manos, la foto que acariciaba y besaba, alguna lágrima caía sobre ella y el rápidamente la limpiaba con la manga de la chaqueta de lana, otra vez se la llevaba a los labios y volvía a besarla, después se la colocaba en el pecho como abrazándola, miraba al cielo con gesto acusador, fruncía el ceño y levantaba el puño como enojado con Dios, a veces se le escuchaba decir.- A MI, DIOS MIO, HABERME LLEVADO A MI.
Comenzaron a salir de la casa, primero las mujeres, totalmente enlutadas, se fueron colocando a ambos lados de la puerta, después los hombres que se quedaron en la acera, detrás el cura y los monaguillos que se colocaron enfrente, en seguida apareció la cajita, color marfil, portada por dos niños y dos niñas vestidos de blanco, una de las niñas era la que se había abrazado a los padres, por lo que David dedujo que sería la hermana del pequeño cadáver, los cuatro niños, con las cabezas agachadas, caminaban despacio, detrás… aquella pareja destrozada de dolor, abrazados, él, parecía querer sujetar a la mujer, pero en realidad se apoyaba en ella. El cura levantó la mano, mientras rezaba, hacía en el aire la señal de la cruz, luego se dio la vuelta y el cortejo fúnebre partió calle abajo, hasta la iglesia.
El anciano, caminaba detrás de todos, parecía que no iba a poder llegar hasta el fin de aquella calle que conducía hasta la iglesia, ya en ella, entraron todos y se ofició un funeral especial, en el, un coro de niños cantaban himnos de gratitud, la música era más alegre que en los funerales para adultos, en los bancos de la derecha se sentaban los hombres, hoy, todos dentro del templo, en otros funerales se quedaban en la puerta, esperando, las mujeres a la izquierda, todas con sus velos negros, abatidas, algunas con sus hijos sentados sobre las piernas, acariciándolos mientras contestaban a los rezos y lloraban calladamente, compartían el dolor de aquella madre.
David, cada vez se sentía más parte de aquel dolor, se sentó en el último banco, al lado del anciano, este no rezaba, simplemente estaba ahí, estático, con los ojos clavados en el crucifijo que presidía el altar mayor, su mirada lo decía todo.
Cuando acabó la misa, todos, puestos en píe, vieron pasar el cortejo que llevaría al pequeño hasta el cementerio, que estaba en la trasera de la iglesia. Los padres parecían derrumbarse a cada paso, los niños portadores ahora lloraban abiertamente.
Llegaron al píe de una tumba, allí, dos hombres con monos azules esperaban, colocaron una soga alrededor del pequeño féretro y comenzaron a bajarlo mientras el cura rezaba. Los padres se fundían en un abrazo estallando en sollozos, varias personas les intentaban tranquilizar dándoles palmaditas en la espalda, los niños se alejaron unos metros y lloraban sentados sobre el suelo, la niña que debía ser su hermana. se acercó con un payasito de trapo y un cuaderno entre las manos, se puso al borde de aquel agujero y soltó el payasito mientras decía.-Nano toma, sin el no podrás dormir, luego abrió el cuaderno y arrancó una hoja.- cuando estés en el cielo, dile a Dios que no se olvide de mí, que quiero seguir jugando contigo, ¿vale Nano? Dale esta carta que la he escrito para el. La dobló cuidadosamente y la dejó caer, mientras el papel planeaban bajando hasta posarse en la cajita los ojos de la niña no dejaban de mirarlo, una vez que se hubo posado se dio la vuelta y se agarró a la mano de su madre diciéndola.- Mamá, yo se que Nano hablará con Dios y lo dejará volver, ya lo verás, ya lo verás... La mujer se agachó para abrazarla fuertemente mientras el padre la acariciaba el pelo sin poder evitar que sus lágrimas cayeran sobre aquella cabecita rubia.
Todos comenzaron a salir del cementerio, David los siguió con la mirada, parecían almas en pena, a veces, volvían la cabeza, luego desaparecían tras el muro al traspasar la puerta. Cuando hubieron salido todos, se sentó sobre una lápida y comenzó a llorar, se sentía mal, sentía todo el dolor de aquella gente, se cogió la cabeza entre las manos. De pronto, notó una mano sobre su hombro, sobresaltado levantó la mirada, el anciano le miraba con ternura, y acercándole la foto le habló.- era mi nieto, le dijo, el NANO, mi pequeña alegría, yo no dejo de preguntarle a Dios, pero el no responde. En ese momento el viejo se derrumbó a los pies de David, este se agachó y lo atrajo hasta si abrazándolo.

Así estuvieron durante mucho tiempo, llorando abrazados, el anciano, en el que nadie había reparado, estaba allí, con David, un extraño. Luego se encaminaron juntos hasta la plaza del pueblo, sin hablar,
David se marchó calle arriba hasta casa y el anciano se quedó sentado en el banco mirando al cielo airado, llorando y besando aquella foto.
Abrió la puerta de su casa sin poder contener las lágrimas, se quitó el abrigo, lo colgó en el perchero y lanzó los zapatos contra la pared del pasillo, metió los píes con fuerza en las zapatillas y se encaminó hasta el comedor, donde, encima de una mesita, estaba la maquina de escribir, se sentó frente a ella y sacó del bolsillo las notas que había tomado, las colocó a la derecha y puso sus manos sobre las teclas....
De pronto, como si todo el peso del mundo le hubiera caído sobre la cabeza, se dejó caer de bruces sobre el teclado, llorando espasmódicamente, una de sus manos recogió arrugando las hojas de papel, las apretó con todas sus fuerzas, se las llevó hasta el pecho y después las arrojó a la papelera.
Metió un folio en el carro de la maquina y escribió.... FIN... lo sacó y lo colocó al final de su trabajo...
En su mente, un pensamiento, NANO HABLA CON DIOS Y DALE LAS GRACIAS POR QUE TU ME HAS HECHO HUMANO.
David dejó de escribir sobre costumbres, hoy se dedica a los cuentos para niños.

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