miércoles, 4 de febrero de 2009

Escribir a partir de un comienzo


Uno de los recursos más clásicos en los talleres de escritura es la propuesta de escribir un cuento a partir de un comienzo ya elaborado por otro autor y que sea lo suficientemente sugerente como para que nuestra cabeza se ponga a imaginar la historia que hay detrás de esas frases. Por supuesto, hay que elegir bien ese comienzo para que contenga más o menos los elementos básicos que tiene una historia para empezar a despegar, es decir, y, en primer lugar, un personaje al que parece sucederle algo en un lugar, en un tiempo y en un espacio. Ese personaje, además, debe estar definido por algún rasgo de su carácter o mostrar algún detalle de su pasado o de su vida familiar que nos haga pensar que ahí hay una clave que será fundamental tener en cuenta para la compresión de ese algo que hemos dicho le sucederá. Fijaos en este comienzo del maestro Edgar Allan Poe en su cuento El corazón delator:

¡Es cierto! Siempre he sido nervioso, muy nervioso, terriblemente nervioso. ¿Pero por qué afirman ustedes que estoy loco?


Lo que cuenta este personaje sobre sí mismo es menos interesante que lo que él cree que estamos pensando nosotros. ¿Por qué? Porque la locura será el motor que impulse este cuento. Recordad que, como hemos visto otras veces, parece que Edgar Allan Poe escribía precisamente a partir de un final para buscar eso que se ha llamado como el "efecto final", es decir un desenlace inesperado o sorprendente del cuento. Si no lo conocéis, os invito a que lo hagáis. La foto de la izquierda es suya.

Leamos este otro ejemplo de Raymond Carver, en su obra De qué hablamos cuando hablamos de amor. El cuento se llama Belvedere.

Por la mañana me echa Teacher´s en la barriga y lo apura a lametones. Y esa misma tarde trata de tirarse por la ventana.
Yo digo:
— Holly, esto no puede seguir así. Esto tiene que acabar.

Tenemos dos personajes. No sabemos quiénes son, pero uno de ellos primero se comporta amorosamente con el otro, pero a continuación muestra un comportamiento inesperado. Esta última observación será fundamental a la hora de crear una historia. Lo que denominamos "puntos de giro" son la mejor herramienta para atrapar al lector. Para ello, tendremos que hacer que los personajes marchen por un camino donde ellos mismo crean tenerlo todo bajo control para, a continuación, meter un personaje nuevo que lo desestabilice todo (la primera mujer del marido, el hijo que se creía desaparecido, el fantasma del padre asesinado, etc) o una acción nueva que obligue a los personajes a tomar decisiones con las que no contaban (un embarazo ¿deseado?, un billete de avión con un nombre que no es el tuyo, un billete premiado de lotería, un cáncer terminal). El caso es complicarle la vida a nuestros personajes, levantar obstáculos que él tendrá que salvar.

En definitiva, para esta segunda sesión la propuesta era escoger el comienzo de un cuento o novela clásica y escribir a partir de él, siguiendo los hilos sueltos que ha dejado el autor. Abajo os pongo los que estuvimos manejando en clase. Por cierto, aprovecho para deciros que este año se cumple el bicentenario del nacimiento de Edgar Alla Poe. Ánimo.

Nos vemos el próximo 6 de febrero.

Edgar Allan Poe.

El pozo y el péndulo
Sentía náuseas, náuseas de muerte después de tan larga agonía; y, cuando por fin me desataron y me permitieron sentarme, comprendí que mis sentidos me abandonaban. La sentencia, la atroz sentencia de muerte, fue el último sonido reconocible que registraron mis oídos.

Manuscrito hallado en una botella
De mi país y mi familia poco tengo que decir. Un trato injusto y el andar de los años me arrancaron del uno y me alejaron de la otra.

La verdad sobre el caso del señor Valdemar
De ninguna manera me parece sorprendente que el extraordinario caso del señor Valdemar haya provocado tantas discusiones. Hubiera sido un milagro que ocurriera lo contrario, especialmente en tales circunstancias.

El corazón delator
¡Es cierto! Siempre he sido nervioso, muy nervioso, terriblemente nervioso. ¿Pero por qué afirman ustedes que estoy loco?

El tonel del amontillado
Había yo soportado hasta donde me era posible las mil ofensas de que Fortunato me hacía objeto, pero cuando se atrevió a insultarme juré que me vengaría.

El entierro prematuro
Hay ciertos temas de interés absorbente, pero demasiado horribles para ser objeto de una obra de ficción. El mero escritor romántico debe evitarlos si no desea ofender o desagradar.

La caída de la Casa Usher
Durante todo un día de otoño, triste, oscuro, silencioso, cuando las nubes se cernían bajas y pesadas en el cielo, crucé solo, a caballo, una región singularmente lúgubre del país; y, al fin, al acercarse las sombras de la noche, me encontré a la vista de la melancólica Casa Usher.

Boccaccio: De El Decamerón.

El jardinero del convento.
— Gentiles damas: muchos hombres y mujeres son tan necios que creen a pies juntillas que cuando una muchacha lleva puesta una toca blanca y se coloca encima la negra cogulla deja de ser mujer y no siente los apetitos femeninos, como si al hacerla monja la hubieran convertido en piedra. Si oyen algo contra esta creencia, se afectan tanto como si acabase de cometer un grave crimen, sin pensar que no pueden respetarse a sí mismos quienes no sacian la absoluta libertad de poder hacer lo que quieran, ni pueden vencer tampoco las tentaciones del ocio y de la soledad. También hay muchos que creen que la azada, el azadón, los manjares toscos y las incomodidades quitan por completo a los labriegos los apetitos de la concupiscencia y les infunden inteligencia y sagacidad.

Marqués de Sade

Agustina de Villeblanche o la estratagema del amor
De todos los extravíos de la naturaleza, el que más ha hecho cavilar, el que más extraño ha parecido a esos pseudofilósofos que quieren analizarlo todo sin entender nunca nada -comentaba un día a una de sus mejores amigas la señorita de Villeblanche, de la que pronto tendremos ocasión de ocuparnos- es esa curiosa atracción que mujeres de una determinada idiosincrasia o de un determinando temperamento han sentido hacia personas de su mismo sexo. Y, aunque mucho antes de la inmortal Safo, y después de ella, no ha habido uno sola región del universo, ni una sola ciudad, que no nos haya mostrado a mujeres de eses capricho, y, por tanto, ante pruebas tan contundentes, parecería más razonable, antes que acusar a esas mujeres de un crimen contra la naturaleza, acusar a esta de extravagancia; con todo, nunca se ha dejado de censurarlas y, sin el imperioso ascendiente que siempre tuvo nuestro sexo, quién sabe si un Cujas, un Bartole o un Luis IX no habrían concebido la idea de condenar también al fuego a esas sensibles y desventuradas criaturas, con bien se cuidaron de promulgar leyes contra los hombres que, propensos al mismo tipo de singularidad y con razones tan igualmente convincentes, han creído bastarse entre ellos y han opinado que la unión de los sexos, tan útil par ala propagación, podía muy bien no ser de tanta importancia para el placer.

Lovecraft

El horror de Dunwich
Cuando el que viaja por el norte de la región central de Massachusetts se equivoca de dir
ección al llegar al cruce de la carretera de Aulesbury nada más pasar Dean´s Corners, verá que se adentra en una extraña y apenas poblada comarca. El terreno se hace más escarpado y las paredes de piedra cubiertas de maleza van encajonando cada vez más el sinuoso camino de tierra. Los árboles de los bosques son allí de unas dimensiones excesivamente grandes, y la maleza, las zarzas y la hierba alcanzan una frondosidad rara vez vista en las regiones habitadas. Por el contrario, los campos cultivados son muy escasos y áridos, mientras que las pocas casas diseminadas a lo largo del camino presentan un sorprendente aspecto uniforme de decrepitud, suciedad y ruina. Sin saber exactamente por qué, uno no se atreve a preguntar nada a las arrugadas y solitarias figuras que, de cuando en cuando, se ve escrutar desde puertas medio derruidas o desde pendientes o rocosos prados. Esas gentes son tan silenciosas y hurañas que uno tiene la impresión de verse frente a un recóndito enigma del que más vale no intentar averiguar nada.

Ray Bradbury: Crónicas marcianas.
Los colonos
Los hombres de la Tierra llegaron a Marte.
Llegaron porque tenían miedo o porque no lo tenían, porque eran felices o desdichados, porque se sentían como los Peregrinos, o porque no se sentían como los Peregrinos. Cada uno de ellos tenía una razón diferente.
Un camino a través del aire
-¿Te enteraste?
-¿De qué?
_¡Los negros, los negros!
-¿Qué les pasa?
-Se marchan, se van, ¿no lo sabes?
-¿Qué quieres decir? ¿Cómo pueden irse?
-Pueden irse. Se irán. Se van ya.
-¿Una pareja?
-Todos los que hay en el Sur.
-No.
-Sí.
-Imposible. No lo creo. ¿Adónde? ¿A África?
Silencio.
-A Marte.
-¿Quieres decir al plante Marte?
-Exactamente.
Borges:
La casa de Asterión
Sé que me acusan de soberbia, y tal vez de misantropía, y tal vez de locura. Tales acusaciones (que yo castigaré a su debido tiempo) son irrisorias. Es verdad que no salgo de mi casa, pero también es verdad que sus puertas (cuyo número es infinito) están abiertas día y noche a los hombres y también a los animales. Que entre el que quiera.
Daniel Keyes:
Flores para Algernon
5 de marso de 1965
Iforme de pogreso 1
Strauss dice que tengo de escribir lo que pienso y todo lo que me pasa de ahora enandelante. No se porque pero dice que es inportante porque asi deciden si me ban a usar. Espero que si me usen. La señorita Kinnian dice que alomejor me buelven listo. Yo quiero ser listo. Me llamo Charlie Gordon. Tengo 37 años. Ace dos semanas fue mi cumpleaños. Ya no tengo nada mas que contar asique lo dejo por hoy.
Gabriel García Márquez: Crónica de una muerte anunciadaEl día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5.30 de la mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo, en. Cien años de soledad: Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. En El jardín de cemento, Ian Mc Ewan (traducido por Antonio-Prometeo Moya). Yo no maté a mi padre, pero a veces me sentía como si hubiera contribuido a ello y, de no ser porque coincidió con un momento específico de mi desarrollo físico, su muerte pareció insignificante, comparado con lo que después siguió. Lolita, de Nabokov: Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos paladar abajo hasta apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo. Li. Ta.


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